miércoles, 10 de septiembre de 2008

Sin rostro, de Marco T. Polo S.



“Qui gladio occidit, gladio occisus erit”



“Y he aquí que uno de los que estaban con Jesús, tirando de la espada, hirió a un enviado del príncipe de los sacerdotes, cortándole una oreja.
Entonces Jesús le dijo: Vuelve tu espada a la vaina, porque todos los que se sirvieren de la espada por su propia autoridad, a espada morirán”.
(MT.26.51-52)


1


La primera vez pude ir reconstruyendo su rostro secreto desde el papel de oficio caratulado y vuelto libelo, de mi despacho. Mi corazón estaba sumergido aún en el vórtice oscuro de la nueva legislación que nos borraría del mundo.
Se que eran los primeros años noventa porque luego, estaría en todo su furor la cacería del capo que a diario con el bloque de búsqueda reemplazaba en los medios de comunicación cualquier noticia.

Como deben colegir, les diré, que yo era parte de esa comedia jurídica, mediática, que a alguien se le ocurrió representar como una ficha de rompecabezas y que desde el 91, el engendro comenzó a usar como enseña el puzzle amarillo que impulsó el tío Sam, como aggiornamento copiado de Italia, para reprimir la vendetta de una nueva cosa nostra que amenazaba con destruir no la institución, sino la humanidad de cada funcionario empacado en esos ternos oscuros, que también serían reemplazados por ridículas togas negras de anglos ajusticiadores.

Aunque algunos no estuviéramos de acuerdo.

A punto de escapar ya de éste infierno, para refugiarme en los libros, éramos el peor remedio de una enfermedad que estimuló el país del norte.

Desapareceríamos como humanos.

Seríamos innominados, ocultos, oscuros tras los vidrios blindados vueltos espejos para los reos, en esas cabinas, que reproducían y pervertían nuestras voces, distorsionándolas, haciéndolas miserables, como las de un ratón Mickey.

Las ocho horas de labor, en el edificio del Ley. (Nombre alusivo no a la justicia sino al mercado de venta popular, ubicado en plena zona negra de la calle once con décima. Rodeada del circulo de cabalgaduras metálicas que avanzaban en tropel infinito sobre el ruido infernal humeando atracadores y mendigos, lupanares y cafetines de hampones con restaurantes de traficantes e hipócritas de la justicia, almacenes de recién nacidos y primeras comuniones o bodas que iban ampliando el otro círculo, en escasas dos cuadras, con el del poder de obispos, magistrados, senadores y el jefe de toda la Caína recibiendo en todas sus cabezas los detritus de las palomas de la paz, apestadas en la plaza mayor). Se incrementaban al doble en las madrugadas de allanamientos y capturas que fueron acreciendo el miedo de los habitantes de la ciudad, con un grupo paramilitar de negros robocops, adjunto a la institución que pulverizó la comprometida tranquilidad de los otrora jueces de instrucción.

Los eternos viajes de los Caprice, como blancos blindados en rutas colectivas, nos convertían en secretos escolares pérfidos todas las mañanas, con las motocicletas adelante y atrás abriendo vía, y violando aún mas el catastrófico transito capitalino que perforaba la úlcera de la justicia que antaño al menos había sido de humanos.

Nos volvían un pedazo de copia, un trozo de patria cercenada por rubios hombres con sus veladas ayudas económicas, que pretendían transformar a rabulescos diocesillos en simples policías electrónicos, con radios, beepers, teléfonos móviles y armas de fuego y un número serial que debíamos llevar en rígida estadística.

Digo, eso era, al momento de comenzar a recuperar su rostro secreto del mamotreto polvoriento. Porque de todas maneras, había hecho consciente la supuesta labor de dioses que entraña administrar justicia. Lo repetía a veces a los cagatintas, para que aterrizaran y se dieran cuenta que no eran nada. Que la materia prima de esa, nuestra diaria labor, por el contrario, era ni más ni menos que el crimen. Y no olvidaran lo untuosa que es la miel.

Muchas cosas mas les decía, al punto que algunos años después, antes de la insubsistencia, como un sindicalista del círculo infernal, escribiría el memorial de agravios de los Fiscales Desechables.

De todas formas, me sentía excluido ya.

Fuera de la oscura ratonera que se empeñaban en llamar justicia.



2

Su rostro a diferencia de cualquiera de los dirigentes de la revolución del cincuenta y nueve en la isla, no llevaba barba.

Es más, en la fotografía de la tarjeta decadactilar de registraduría, aparecía como cualquier colombiano. Es decir, con ese rostro de guerrillero que llevamos todos en la cédula de ciudadanía, que es el único signo de igualdad nacional de cualquier ciudadano de los años setenta.

Parecía mas bien de una revolución mas vieja, como escapado de un batallón de Pancho Villa, a quien solo le faltaban las cananas cruzadas sobre el pecho. Porque en lugar de barba ofrecía un bigote espeso, cual si tuviera que ver con el otro Marx.

Por eso su rostro así recuperado no intimidaba, como no intimidó el de su jefe desaparecido hasta hoy en una avioneta, que en un vuelo incógnito se perdió buscando la paz y la halló en la eternidad de las selvas Chocoanas, también, con su bigotito de mariachi, con su gesto alegre y su palabra festiva de costeño que pegó en su rostro con sorna, la nariz de Cyrano.

Como sí debió haber intimidado a cientos o miles de colombianos de las montañas, nuestra versión de guerrillero. En los llanos que limitan el sur del Huila y se pierden hacia abajo buscando el Caquetá y la oscura e infernal amazonía, donde habitó su corazón en la sangre y las tinieblas, como un dios de la oscuridad, gobernando el horror, mucho antes de tocar la gloria del poder legislativo, donde al menos debió hablar del campo como todo buen político, sin que sus oscuras historias brillaran con la luz.

Esas, muchas, fui releyendo del catalogo de sus proezas, que estaban en el sumario y que entendí normales en cualquier ser humano metido en tal ejercicio.

Todas, menos una.

Participó en la compra masiva de 1.000 fusiles Fal y organizó su trasladó del Karina al avión de Aeropesca que acuatizó en las playas del Río Orteguaza y que se observaba encallado como el fósil ridículo de una película futurista de ficción.

En osadas tomas a pueblitos desprotegidos de verdaderas seguridades estatales, acribillando soldaditos bachilleres, o remontando cordilleras para llegar a tiempo en defensa del comandante en jefe del momento, en las montañas del Cauca.

Los hurtos con fines sociales a la multinacional Nestlé, a quien secuestraban a cada rato sus camiones lecheros para repartir a las gentes humildes en remotas veredas, sorprendía a los mismos grupos armados.

Al leer su historia desde un sumario, se establece que la mayor gloria de éste simple campesino estaba en haberse ubicado al lado de los más pensantes, porque era notoria su ramplona y hasta perversa ignorancia, sumada a portar armas en su permanente estado de ebriedad, en los nueve anillos de su seguridad personal por donde se pavoneaba frente a su joven guardia de niños matones, de milicianos coartados por el terror o de rasos soldados con el corazón vuelto acero.

Para no entrar en equívocos debo decir, que fui de los funcionarios más imparciales, porque pesaba a su favor el que en los años setenta hubiera ejercido la militancia que me prohibió la lectura de Borges para impedir mi intelectualismo. Hoy era un simpatizante crítico, irónicamente dedicado a la literatura de los mundos de aparente ficción, que me dotaron de una verdadera sensibilidad y formación humanista real, que iba mas allá de los códigos, a una Criminología Crítica levantando los derechos humanos que Cesare Beccaría había empuñado contra la inquisición que se hacía llamar derecho, penetrando en la hondura de adquirir un nuevo concepto que lo humanizara, apoyado en las ideas del rebelde filosofo Michael Foucault.

El gobierno había solicitado pronunciamiento inmediato de los procesos que cursaban contra miembros del desmovilizado ejército subversivo capturados hace poco y que se acogían a la amnistía y los fiscales sin rostro que teníamos los casos de terrorismo a cargo, debíamos dictaminar sobre cada uno, para que el choque de manos de Hobo Huila donde se pactó la paz con el presidente poeta hacía ocho años, se cristalizara en algo, pues de parte y parte quedaba sellada mas bien, de nuevo, la historia de sangre que ha sido la paz, en el palacio de justicia o en el asesinato del guerrillero mas amado por las Colombianas, con el aciago disparo en el avión, por paramilitares que segaron como siempre el socorrido trapo blanco.

Al estudiar el proceso observé y comprendí todas sus historias delictivas, rebelión, asonada, terrorismo y hasta bajas en combate.

Todas, menos una, como dije.

El grave y repetido caso de horror, fuera de combate, con sevicia a la víctima, en estado de indefensión e inferioridad que no podía lavar la ley con la amnistía.

3

Tres guerrilleros rasos lo presentaron al jefe que casi yacía recostado en la hamaca con varios morrales de plástico verde que pretendían hacer servir de almohada. El leve humillo que todavía salía del rescoldo del fogón no lograba rebasar la altura de los árboles que sombreaban el cambuche y lo mimetizaban en esas fauces oscuras y lacrimosas de la selva, en un campamento provisorio de un diámetro de veinte metros a la redonda, el noveno círculo de su seguridad, donde se había desmatonado el piso y desyerbado y construido las trincheras que se elevaban de la superficie por las barricadas de los sacos de arena.

La casucha que cubría el rancho de cocina con un techo de tejas de paroy de color negro, parecía conservar el calor pese a dar la impresión de ser una rancha de juegos para infantes, que se continuaba por los lados y alrededor en extraños escaños de madera casi verde que se ajustaban a los troncos de los gruesos árboles con alambres y uno que otro clavo, como si fueran las sillas de recepción del trono del rey menesteroso, que se ubica en frente, mientras suena un corrido sureño de México en una grabadora plástica y a su lado tres jóvenes milicianos mas, hacen de coperas y centinelas del bigotudo, que se esfuerza por seguir pronunciando bien las palabras o acentuando el tono de mando, pese a los estragos notorios del alcohol.

__Ehh, onde o trae… los hombres con signos evidentes de cansancio, se esfuerzan también en conservar cierta arrogancia militar y hablan recio por encima del despecho que se lee de las notas musicales y palabras que vuelan y se pierden aún mas, por los agujeros oscuros de la fronda. Porque su fuerza no es mas que la casualidad nacida de la debilidad de los otros.

__Comandante, para informarle que el prisionero se encontraba haciendo inteligencia en la vereda del Bobo. En tanto lo empujan con la trompetilla del fusil, el hombre asustado hasta la palidez, pretende entender la escena.

__Seg biologist… Dice sin que se note que alguien entienda lo que el hombre ha expresado con su atuendo de dril caqui, las botas de gruesas suelas de color café y una cámara que pende al pecho.

__Que hace aquí malpa…ido espía… Le responde al comandante afirmando su poder en tanto se limpia las fauces con la manga del uniforme camuflado.
El hombre duda un momento, pensando en acertar si es que le surge la palabra que rebusca en su cerebro en español y lo conecte definitivamente con el santo y seña de su salvación.

__...pajatdo…

__Que dieee, eesste …jueputa… Comienza a molestarse el comandante. Mientras los captores pretenden complementar su informe.

__Mi comandante, el informante de la vereda del Bobo, dice que éste tipo venía en un campero inglés, que se quedó bloqueado en la trocha y dizque estaba tomando fotos.
Al escuchar la ultima palabra, el hombre rubio expresa una sincera sonrisa con sus profundos ojos azules y señala la mandíbula de su captor.

__Yes, yes, foto, foto. Newspaper biologist…

__Ah, inglé.. y e..pía con la cámara . Se yergue el comandante en la mitad de la hamaca como celebrando poder hablar, mientras sigue sentando con los pies colgando, como si hubiera culminado una investigación. El hombre sin sonrisa ya, vuelve a explicar pegado a la esperanza de lo que logra entender.

__Spia no, no. Pajatdo..

__Que di..e é..te ma i cón, les espeta el comandante a sus hombres, con la convicción de que no obtendrá respuesta.

__Pajatdo.. pajatdo… sigue repitiendo angustiado el hombre señalando con la cámara hacia los árboles, como buscando algo que vuele para retratarlo.

__Que pàjatdo ni que hiju…utas. U..ted lo que e.. es un … mal…arido espia…inglé..

__Pajatdo, pajatdo… sigue repitiendo el hombre rubio, cuando el comandante harto de no entender se levanta y le propina un puntapié en los testículos que descuajan al grueso gigantón sobre sus rodillas. Y de nuevo como si el alcohol lo hubiera dotado de agilidad, levanta otra vez la pierna y con la suela de sus botas de campaña pisa su cabeza contra el piso que es un barro amarillo mezclado de hojas y raíces.

__Ca..te… ca..te y lo dejo i… le dice el comandante levantando un dedo al cielo, mientras sigue en pie al lado de la cabeza del hombre enterrada en el barrial.

El monigote que es ahora el hombre, levanta un poco la mirada que sigue siendo azul a través del maquillaje de barro y mira entre sorprendido e implorante.

__Newspaper…. Pajatdo… foto… y deja caer su cabeza sobre el barro de nuevo en un sollozo que le arrebata los últimos trozos de dignidad.

__Ca..te ju..puta.. ca..te y se va.

__Co..que… es..pia inglés…inglés. Se le escucha de nuevo al comandante.

__No, no ingles, responde el hombre.

__No inglés… no inglés. No espía. Y llora como lloran todos los despojados de su personalidad al ser torturados.

__Pi…or en..to… que…

__Nonglés, nonglés ento… que…

__Griiii..nngo, peor, peor..Dice el comandante regresando a la hamaca, mientras le hace una seña a uno de los captores para que se encargue y mientras un guerrillero lo levanta de su infame posición el otro comienza a interrogarlo de nuevo alistando el fusil por la culata como si fuera a golpearlo otra vez…

__Gringo, Cia, espía…

__Gringo, yes, gringo, Newspaper… pajatdo.

__Comandante el hombre dice que es un fotógrafo de pájaros… que…El comandante le hace señas para que insista…

__Dice el comandante que si confiesa ser de la Cia, lo deja libre. Y mueve los brazos como si fuera a volar.

__Pajatdo yes pajatdo, pajatdo… Y también, mueve los brazos manifestando con una leve sonrisa la alegría de la comunicación humana.

El comandante que está viendo la escena de nuevo traga el contenido de un pocillo de campaña y se levanta torpemente desabrochando la pistola de la cintura. Con ella en la mano, la desasegura con lentitud como un aprendiz y luego pretendiendo cierta agilidad, acelera sus movimientos, va hasta donde está el hombre, lo rodea y desde la parte posterior del rubio, al lado de su oreja le desgaja un disparo, que tira al hombre de nuevo a tierra.

__....El rubio no sabe si está vivo o muerto. No entiende si su nueva situación boca arriba mirando los árboles y las caras oprobiosas del ebrio y su risotada y la de los otros captores amenazándolo con sus fusiles, puede ser escena del mas allá o de la vida.
Lo levantan de nuevo, según la seña del comandante, quien simula congeniar ahora con él y le toma el rostro con la mano y luego pretende con un toque al hombro, abrazarlo…

__Gringo, cante y se va… No se haga matar, cante gringo… Le dice el interrogador.

__No espía, no cia, pajatdo…

El comandante, perdida su paciencia da una nueva señal y el rubio hombre comienza a ser casi arrastrado con la cabeza vuelta al comandante como pidiendo una explicación, como implorando clemencia a un borracho perdido en el bar de un barrio de matones.

Lo llevan a escasos doscientos metros, a una explanada donde se ve el agujero rectangular de tierra casi roja con el fondo húmedo de agua que se ha empozado. Le han quitado la cámara y le vacían los bolsillos sin dejarlo volverse ya y mientras un guerrillero le señala a lo profundo de la selva para distraerlo en un mínimo gesto de piedad, el otro le dispara a la mitad del occipucio y el fotógrafo norteamericano inicia un vuelo infinito hacia el cielo que comienza a reflejarse a trechos con lapos de luz que penetran hasta el fondo del agujero que es ya su tumba.

__Comandante, comandante… aterrado, casi con lágrimas regresa corriendo el matador, llevando un carné amarillo y documentos de una billetera.

__Era de la National… era fotógrafo… era periodista… y llora.

__No.. eg… digo… se ..hi..jo mata… e ju…puta… pob…na…a .se hi…jo ma…tá.

4

No puedo dejar de confesar el horror y la rabia que por primera vez en la vida, originó la aflicción causada a un gringo y como si aquel fuera de mi familia, con las armas a mi favor, de inmediato procuré hacer justicia, para intentar aplacar los terribles sabores amargos conque la lectura del proceso habían marcado mi corazón.

La justicia pretende ser mediadora entre el dolor de los deudos, su deseo de venganza y el criminal. Y termina al final con una vindicta social permitida que es la condena, que no satisface ni a Dios ni a los hombres.

Pese a mi verdadero dolor, no me declaré impedido.

Por el contrario suscribí al gobierno en el acta, que el personaje no era merecedor del indulto, porque legalmente no lo era.

Agregué, que el homicidio había sido cometido con los agravantes de indefensión e inferioridad de la victima y con la sevicia de un borracho, por lo que nuestro héroe ameritaba una de las más altas penas del código.

Con la vindicta social consumada, pude tener algo de reconciliación con los hombres y llegar a estudiar otros casos antes de abandonar el barco de Caronte.

Pero juzgar aniquila.

Entendí entonces, que el norteamericano al haber sido víctima de desaparición forzada, extrañamente se comunicaba con mi situación y valoré el hecho frente a la administración de justicia, para atreverme a concluir una comparación perversa.

El hombre rubio de quien no recordaré sus señas perdidas en el sumario, y el Fiscal que era yo, estábamos unidos en el infinito del olvido que es la muerte.

Entonces, fuimos innominados, ocultos, oscuros tras los vidrios blindados vueltos espejos para los reos, en esas cabinas- tumbas, que reproducían y pervertían nuestras voces, allá en la selva, distorsionándolas, infamándolas, como las de un ratón Mickey perdido en cualquier agujero rectangular de tierra amarilla, húmeda, en la selva oscura de la ignominia. En las tinieblas del corazón de los hombres.

Como ser humano y funcionario también, yo sufría por arte de la ley otra desaparición forzada.


5
Pasaron años de la libertad que el gobierno le otorgo injustamente al reinsertado.
Incrédulo, cada vez crecía en mí el deseo de abandonar la comedia de la justicia.
De vez en cuando miraba los diarios y veía la fotografía del amnistiado y se me representaba el rostro con cara diversa. Escondiendo la que yo en secreto conocía. La de un simple mortal que mató a otro ser humano. La de un campesino armado. Este ahora, departía con las autoridades del Huila con sus guardaespaldas oficiales.

Lo extraño de la justicia de los hombres, lo llevó a ser miembro de la asamblea que reformó la constitución, donde efectivamente cabíamos todos.

Luego fue candidato a la duma del departamento.

No se si ejerció.

Yo no tenía que perdonarle porque no era su victima.

Pero tengo que admitir que algo en mi lo resistía. Algo que nunca fue rencor. Pese a la oscuridad de mi corazón.

No entendía eso si, cómo ese hombre con sombrero Suaceño tenía derecho a la felicidad. A veces pensaba si podía dormir o si por ello debía vivir cerca de la botella todo el tiempo, para adormecer los alaridos de su noche eterna.

Yo que había escuchado el odio de clase, tornaba a una filosofía de tolerancia, de conciliación con los hombres a los que ahora veía como polvo de estrellas, portadores del vestigio de dios.
Olvidaba.

A veces renegué de dicha creencia.

Confronté con mi experiencia y pude verificar que casi todos los que mataron con puñal fueron muertos por otro.

Como si fuera un juego me decía, que Dios se había equivocado, o las escrituras.

Que no era cierto eso de que el que a hierro mata a hierro muere.

Entonces ocurrió la segunda vez que fui reconstruyendo su rostro secreto, el que solo yo pude ir viendo salir del sumario, ahora, desde la página principal del periódico regional.

Fueron doce años los que habían pasado, desde mis descreídas veleidades.
Ya estaba retirado y había apaciguado el corazón.

Por el ridículo anuncio en el Diario, entendí que Dios manejaba muy bien la ironía.

Su primera página ilustrada con la fotografía del hombre sonriente, de sombrero, anunciaba que mientras departía whisky con políticos de la región, en vestido de baño, el ex guerrillero apodado Iparco el Charrito se había resbalado ebrio en una de las gradas que anteceden a la piscina de las aguas termales, en el Club de la Riviera y se había golpeado el occipucio muriendo de forma fulminante.


F I N

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