miércoles, 16 de julio de 2008

El regreso

EL REGRESO
RODANS IARAM

Las cosas así no se suelen recordar hasta que han pasado muchos años. Un día caminamos por alguna calle concurrida y el rostro de alguien nos trae a la memoria una imagen del pasado que creíamos haber olvidado o mejor dicho que ni siquiera pensábamos haber vivido. Fue así como recordé que durante el tiempo que viajé a España a seguir las pistas de la vida de Francisco de Orellana, vi a una joven en el aeropuerto, a punto de abordar, que se despedida de su familia. Todos hacían un círculo alrededor suyo y mirándola con una opaca alegría se acercaban a abrazarla con lágrimas en los ojos. La joven tenía un aire de triunfo y altivez, que ocultaba tras una mirada dulce y una expresión falsa de tristeza. Tenía las cejas pobladas y unos labios delgados como dos tiras de limón cortado y no sé porqué, pero me recordó a Wendy el personaje de la obra de teatro Peter Pan.



Cuando ya parecía que todos se habían despedido apareció, de pronto, un joven alto, delgado y no muy bien vestido que se acercó y la abrazó con fuerza durante varios minutos. Fue un abrazo emotivo y apasionado, tanto que mientras sus cuerpos se estrechaban parecían integrar una sola forma. Al separase el joven sacó un papel arrugado de color amarillo de un bolsillo de su pantalón y se lo entregó a la muchacha con un gesto romántico. Ellos siguieron cada uno por separado su viaje y yo seguí el mío. Jamás los volví a ver. Solo siguen existiendo en las vidas alternas que les invento.

Ya han pasado cinco años desde que me fui. A veces creo que fue una buena decisión otras en cambio que fue una completa estupidez. Dejar la universidad, a Arturo, a mi familia. Al principio creí que valía la pena, pero no, llego arrepentida y con las manos vacías. Si, algunos Euros, algunas buenas experiencias, una que otra imagen en mi memoria de paisajes que jamás había visitado, de culturas desconocidas, pero nada más. Nada valioso, nada representativo, nada que haya justificado abandonarlo todo. Y yo que me fui con tantas ilusiones. Australia es una ciudad sin aventura, una ciudad en donde pasan muchas cosas pero nada tiene que ver contigo. Es como si las cosas te pasaran por el lado, o te atravesaran sin dejar huella o dieran un gran rodeo para no toparse contigo. Nada Inquietante. Hasta los hombres son aburridos. Ninguno es buen amante; son lerdos y tontos en la cama. Los de mi país, en cambio, son apasionados, fogosos; por eso fue que te extrañe Arturo. Me muero de ganas de verte. No sabes la cantidad de veces que leí esa carta que me escribiste improvisada en un papel amarillo cuadriculado, no sabes cuanto lloré leyéndola ni cuantas veces me acaricié y dormí con ella para darme consuelo, para hacerme creer que estabas cerca, que estabas conmigo ¿me habrás esperado?, ¿habrás cumplido tu promesa?, confieso que intente olvidarte, que intente borrarme tus caricias con otros hombres, quería despojarme de tus besos, quería crear recuerdos más felices para que en los que tu estabas se tornaran tan solo ideas vagas; quería más aventura, pero solo encontré el tedio y la nausea. No sé como pensé que iba a desvanecer tu recuerdo con falsas caricias y palabras hipócritas. Además qué carajo esos australianos iban a borrarte sino te igualaban en nada, ni en lo original que eras en la cama ni en las cartas que me escribías, hasta me acuerdo de aquella canción que me compusiste y que me cantaste por teléfono un mes después de que me fui. Como era que decía... Ah si: “quisiera romper la fronteras que hay de Australia a Bogotá o poder teletransportarme y a cada minuto irte a visitar” es la canción más tonta que he escuchado, pero es la que más me gusta porque me la hiciste tú. Hay Arturo, tengo tantas ganas de abrazarte y de contarte todo lo que he sufrido este tiempo lejos de ti y mi casa. Me gustaba como me esperabas, el deseo intenso que sentías por mí y que parecía no se te acababa nunca. Solo una hora Dios. Una Hora y llegaré a mi país a mi ciudad y con mi gente, otra vez esa sensación de compañía y de apoyo y no la de soledad y abandono que tuve que soportar durante estos cinco años.

La hora llegó
Eso fue lo que se dijo cuando su radio lo despertó con una canción de Vallenato que recordaba habérsela dedicado cinco años atrás. Se levantó despacio con la intención de no despertar nadie y de que no se enterarán lo que pretendía hacer. Llamó por teléfono al aeropuerto y confirmó la hora de llegada del vuelo. Guardaba la esperanza de escuchar la palabra retrazo o cancelación, pero no, el itinerario seguía su curso normal. Se duchó y se vistió sintiendo como cada minuto que pasaba era una tenaza que se iba cerrando con fuerza sobre la carne del corazón. Faltaba aun bastante tiempo para que llegara el avión, pero salió de su casa con prisa; sin desayunar, sin despedirse. Debía pensar, organizar sus ideas. Caminó por largo rato, dándose a si mismo las explicaciones que le daría, ordenaba sus argumentos, calculaba el tono, los gestos que utilizaría, con la plena conciencia de que ninguna preparación le serviría de nada, pues sabía de sobra que terminaría por decir cosas que no quería decir y de la forma que no lo había dispuesto.






No se le había ocurrido, hasta el momento que pasó caminando por en frente de la estatua de Colón de la Avenida el Dorado, que no estarían solos, que toda su familia iría a recibirla también. Se enojó por no haber tenido en cuenta ese detalle antes. Ahora era necesario ensayar no solo las explicaciones sino también el saludo. Debía demostrar que todo seguía igual que antes o toda su familia notaria que algo pasaba o mejor dicho que algo malo pasaba. Miro el reloj y escrutó el horizonte. El cielo azul, pocas nubes blancas como el algodón. Buen clima, pensó mientras le hacía la parada a un Taxi. La ciudad pasaba ante sus ojos por las ventanas del automóvil. Recordaba una carta, un poema, algo que trataba de promesas. Al inicio se comunicaban con frecuencia, luego la relación se fue volviendo más laxa y luego nula. Él siente que las cosas ya no son como antes, que nunca serán como antes. Tambalea el pie impaciente, mira el reloj. En poco tiempo ella estará en la ciudad con la esperanza ciega de encontrarlo, con la ilusión de que él la espera. Pero no. Él se enamoró, se casó, tuvo un hijo, terminó la carrera y cambio de trabajo. Esas cosas cambian un hombre. Esas cosas cambian un amor. Bajó del Taxi y sintió como el nerviosismo se apoderaba de él: Vacio en el estomago. Peso excesivo en las piernas. Manos sudorosas. Miró alrededor suyo y buscó por todos lados un rostro familiar, alguna señal. Por un momento lo dominó un sentimiento de culpa. Mentira. Traición. Palabras que rondaban por su cabeza. Mentira, mentira, todo es una mentira, se repetía con demente insistencia..






Escucha por el altavoz que el vuelo ha llegado. Se levanta de la silla acolchonada en la que ha estado por algunos minutos, distrayéndose con la lectura de periódicos y revistas viejos. Mira la gente que pasa por su lado. Quisiera ser uno de ellos, los ve tranquilos. Respira profundo, toma fuerzas de su interior, intenta aferrarse a algo pero no hay de que aferrarse. Se tranquiliza por un momento. Ha cambiado, ha cambiado, todo ha cambiado, se repite como si sus palabras fueran una medicina que se cree que tomándola en grandes cantidades se puede curar más rápido la enfermedad. En la sala de espera se cruza con algunos familiares. Su saludo no es cortes, pero tampoco se podría decir que es grosero. Pocos segundos, pocos segundos para acabar con la espera. Aguarda un momento. La puerta se abre. La ve acercarse. No ha cambiado mucho. Sigue siendo hermosa, incluso es mas guapa que su esposa. Se acerca. Ella no se a fijado que el la mira. La ve acercarse. Cada vez más cerca. La presión de las tenazas aumenta. Se acerca, falta poco. Quiere correr, quiere gritar. Está a pocos metros de la salida. Quiere que la tierra se lo trague, da media vuelta y se aleja sin decir nada. Quizá nunca le diga nada. Puede que sea mejor decirle todo por teléfono.