NAHUM MONTT PRESENTÓ SU MÁS RECIENTE NOVELA
La segunda sesión de Noche de narradores, realizada el miércoles 4 de junio, comenzó con una lectura, colectiva y en silencio, de la entrevista “Profunda América”, con el escritor norteamericano Richard Ford, realizada por el periodista español Pablo Guimón.
Para entrar en materia, las estudiosas y críticas Melba Escobar y Aleyda Gutiérrez hicieron un análisis de Lara, en la cual manifestaban la riqueza literaria de la obra “al ser una novela que superpone el lenguaje literario a los acontecimientos de la historia, lo que permite que esta sea leída en una sentada”. Además, rescataron los recursos elípticos utilizados por el autor, lo que obliga al lector a indagar sobre algunos temas que le ayuden a completar el rompecabezas de la historia de Rodrigo Lara Bonilla, personaje principal de la obra. También, se valoró el contenido verosímil de la novela, siendo un relato construido, en su mayoría, a través de la ficción.
Finalmente, Nahum habló de cómo construyó la obra, los personajes, los paisajes, y de los cuatro años de trabajo intenso que le tomó la investigación y su escritura.
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Lara: la historia latente en el corazón de lo mundano
Nahum Montt.
Por: Melba Escobar
La novela comienza con una descripción precisa de la oficina que Lara entraba a ocupar como Ministrio del Interior durante el Gobierno de Betancourt. El lector recorre la oficina con el mismo extrañamiento con que el recién nombrado Ministro de Justicia observa las baldosas enceradas, el imponente mobiliario y el letrero que lo designa Ministro de Justicia.
Ya en esas dos primeras páginas se deja entrever un verdadero narrador. Alguien con la pluma medida, aguzada para crear imágenes vivaces sin caer en excesos. Detalles del orden de un teléfono color naranja, nos llevan inevitablemente a una oficina pública de los años ochenta. En ese espacio de techos altos y ventanales, Lara sostiene una conversación con Guillermo Cano, mientras este se fuma un cigarrillo mentolado. Los diálogos son entrecortados, como en la vida real. También en ellos, como en la novela toda, el lector tiene la sensación de haber llegado a medio camino y, como en la vida, tiene el impulso de ponerse al día.
Lara es una novela que se lee de una sentada. A esto contribuye en gran medida su ritmo ágil, la precisión y eficacia del lenguaje, pero sobre todo, el uso de la elipsis, que la aborda y la contiene. Desde el manejo de los diálogos hasta la estructura misma son intersticios permeados de silencios que el lector debe ir completando como en un rompecabezas.
Del mismo modo como cabalga entre silencios, la novela cabalga entre realidad y ficción. De los hechos puros y contundentes que ilustran a la manera de la prensa y su tono factual, a una línea de diálogo que nos devuelve al escenario donde Cano y Lara conversan sobre el modo en que el narcotráfico se va infiltrando en los resquicios de la sociedad colombiana, el autor maneja una línea muy delgada, en un juego que resulta novedoso al explorar los límites entre la realidad con mayúsculas que se maneja en los medios y se registra en la historia, y esa otra realidad hecha a caladas de cigarrillo, cunchos de café y palabras entrecortadas que van tejiendo los hombres sin saberlo.
Lara sorprende cuando nos muestra a un guerrero entre edificios grises, cachaquismos anacrónicos y tintos recalentados. Captura la atmósfera de los escenarios de la política, como captura el de un hogar corriente, donde un héroe en pantuflas se deshace el nudo de la corbata para jugar con su niño antes de acostarlo a dormir.
La novela es también un recorrido por una época violenta, donde la mafia permeaba el Senado, la empresa privada, las contiendas electorales, en una radiografía de país que mucho se parece al de ahora y que mucho tiene para decirnos sobre la historia de Colombia y su propio movimiento elíptico.
Lara es un valiente esfuerzo por rescatar la historia del olvido, por volverla a contar y a recordar, por regresar al punto en donde nos quedamos sin entender, a ver si esta vez entendemos más, o a ver si por lo menos recordamos.
Nahum Montt.
Por: Melba Escobar
La novela comienza con una descripción precisa de la oficina que Lara entraba a ocupar como Ministrio del Interior durante el Gobierno de Betancourt. El lector recorre la oficina con el mismo extrañamiento con que el recién nombrado Ministro de Justicia observa las baldosas enceradas, el imponente mobiliario y el letrero que lo designa Ministro de Justicia.
Ya en esas dos primeras páginas se deja entrever un verdadero narrador. Alguien con la pluma medida, aguzada para crear imágenes vivaces sin caer en excesos. Detalles del orden de un teléfono color naranja, nos llevan inevitablemente a una oficina pública de los años ochenta. En ese espacio de techos altos y ventanales, Lara sostiene una conversación con Guillermo Cano, mientras este se fuma un cigarrillo mentolado. Los diálogos son entrecortados, como en la vida real. También en ellos, como en la novela toda, el lector tiene la sensación de haber llegado a medio camino y, como en la vida, tiene el impulso de ponerse al día.
Lara es una novela que se lee de una sentada. A esto contribuye en gran medida su ritmo ágil, la precisión y eficacia del lenguaje, pero sobre todo, el uso de la elipsis, que la aborda y la contiene. Desde el manejo de los diálogos hasta la estructura misma son intersticios permeados de silencios que el lector debe ir completando como en un rompecabezas.
Del mismo modo como cabalga entre silencios, la novela cabalga entre realidad y ficción. De los hechos puros y contundentes que ilustran a la manera de la prensa y su tono factual, a una línea de diálogo que nos devuelve al escenario donde Cano y Lara conversan sobre el modo en que el narcotráfico se va infiltrando en los resquicios de la sociedad colombiana, el autor maneja una línea muy delgada, en un juego que resulta novedoso al explorar los límites entre la realidad con mayúsculas que se maneja en los medios y se registra en la historia, y esa otra realidad hecha a caladas de cigarrillo, cunchos de café y palabras entrecortadas que van tejiendo los hombres sin saberlo.
Lara sorprende cuando nos muestra a un guerrero entre edificios grises, cachaquismos anacrónicos y tintos recalentados. Captura la atmósfera de los escenarios de la política, como captura el de un hogar corriente, donde un héroe en pantuflas se deshace el nudo de la corbata para jugar con su niño antes de acostarlo a dormir.
La novela es también un recorrido por una época violenta, donde la mafia permeaba el Senado, la empresa privada, las contiendas electorales, en una radiografía de país que mucho se parece al de ahora y que mucho tiene para decirnos sobre la historia de Colombia y su propio movimiento elíptico.
Lara es un valiente esfuerzo por rescatar la historia del olvido, por volverla a contar y a recordar, por regresar al punto en donde nos quedamos sin entender, a ver si esta vez entendemos más, o a ver si por lo menos recordamos.