Miguel Giraldo
Lorenzo vuelve a mirar la invitación; la abre, cierra, dobla, vuelve a doblar, examina, relee:
CROMOFILIA
Hay sangre que resbala espesa por las paredes blancas.
Si observa los techos, columnas, pisos, paredes, ventanas, puertas,…
Hay sangre que resbala espesa por las paredes blancas.
Si observa los techos, columnas, pisos, paredes, ventanas, puertas,…
Notará la falta de uniones, se pierden en la niebla.
Se separan y flotan en el aire.
El sitio se expande y permanece cohesionado.
Contiene el espacio vital que lo habita.
Se separan y flotan en el aire.
El sitio se expande y permanece cohesionado.
Contiene el espacio vital que lo habita.
No puede creer que este texto causara tanto impacto: Logró convocar al círculo social capitalino en el sitio con mayor prestigio y tradición plástica de la ciudad, la “Galería Trazo Contemporáneo”, de Vanesa Guío, su novia.
Camuflado tras el arreglo que sube al segundo piso –donde una baranda de cobre se aprovecha de traseros y caderas–, Lorenzo espía cada movimiento de Vanesa; la ve reír, saludar, abrazar, trabajar. Y se olvida de que tiene miedo.
–Esta mujer es increíble –piensa–, mi primera individual, y no cabe un
pato más.
La música retumba. Acerca cuerpos pero distancia rostros; los ojos adivinan propuestas; las carcajadas ocultan miserias; las manos contagian temores. Enciende otro cigarrillo y busca a Vanesa. Ahora la baranda se interpone erecta ante su pubis, puede reconocerlo a través de la seda en caída libre. Ella le manda besos, grita por encima del barullo, ensaya muecas, pero Lorenzo continúa embelesado; aunque sus ojos la registran, en el primer plano de sus pensamientos sólo aparece la boca de ella, cuando aventura mordiscos por todo su cuerpo. Tiene una fuerte erección, y eso le divierte.
Una pareja lo abraza y felicita; la mujer “necesita” saber en qué momento inaugurará la sala principal.
–Estoy intrigada con tanto misterio –explica.
Lorenzo quiere abrir pronto pero deben esperar a que llegue el alcalde. Un flash lo sorprende. Medio aturdido posa y sonríe al lado de quienes se acercan. Entre brumas alcanza a adivinar, en la distancia, la presencia de una mujercita con cara de ángel. Dos líneas de terciopelo negro nacen en los pezones de la criatura, y desairan la sensatez.
Vanesa desciende. La nube de reporteros atraviesa el salón, y la acribilla.
–¿Por qué apostar por un desconocido como Lorenzo Villa?
Ella pondera la calidad de su obra. Detalla la trayectoria del artista y predice su futuro:
–Pronto será número uno –afirma–. Artística y comercialmente.
–¿Es cierto que usted tiene un romance con Lorenzo Villa?
–Pregúntele a él –Sonríe y lo busca entre la gente.
Lorenzo naufraga en besos y palmoteos. Se siente preso. La niña de terciopelo reaparece por momentos. Vanesa llega por detrás, y mordisquea al oído del pintor:
–Qué hermoso vestido, ¿cierto?
Las cámaras registran el tímido beso entre la galerista y el artista plástico. Ella lo palpa sin que él pueda apartar la vista de su ángel, que da media vuelta y desaparece. ¿Cómo se llamará? Otra descarga de flashes. Confronta estos instantes con los del día en que comenzó a trabajar la serie. Se ve en el estudio ante un frutero. Ha pasado muchas horas, sin inspiración. Está abatido.
–Lorenzo. -la voz de Vanesa lo devuelve al coctel- Te presento a Carla Raba. Estudia artes plásticas y está muy interesada en conocerte.
–Carla Raba –repite Lorenzo sin dar crédito a sus manos entre las de su interlocutora–, Carla. Puedo llamarte Carla, ¿cierto?
Acusa el impacto de su osadía. Carraspea y mira a su novia, que le complace con un guiño.
–Me gusta registrar la intimidad del artista –Las puntas del cabello acentúan los rasgos indígenas de Carla–: Quiero conocer el motivo de cada cambio.
Vanesa debe continuar con sus invitados; se dirige a la cocina.
–¿Cuándo pasó del naturalista al abstracto? ¿Cómo fue la transición del blanco al rojo?
Él observa, ella avanza:
–Me gustaría apreciar la obra del salón principal, en privado. ¿Me llevaría? –y sugiere– Antes de que llegue el alcalde.
Una mujer interrumpe y se presenta como la asistente de Vanesa. Le informa a Lorenzo que el alcalde no va a venir, el embajador de “no-me-acuerdo-dónde” está en camino, y “la jefe quiere verte para ultimar detalles”.
–Gracias, Nancy. Dígale que ahora voy.
–Disculpa, Lorenzo, pero ella te espera. Es importante.
–Acabo de decirle, ¡que ahora voy!
Nancy, sin alterarse, pero de forma que Carla escuche:
–Vanesa quiere que sea ¡ya! Me pidió que te acompañe a su oficina.
Mientras avanza escoltado, recuerda la primera vez que Vanesa apareció por el estudio, sin previo aviso: la puerta abierta y ella fue testigo de otra derrota frente al lienzo blanco. Ahora lo piensa: creía estar solo cuando tiró el bodegón y se revolcó entre pulpa de frutas, hasta que las manchas y pequeñas heridas despertaron su desnudez. Añadió rojo a la sangre; la cerámica rota había dejado improntas en el pecho, la espalda, las nalgas, en la discreta cicatriz de una olvidada hernia inguinal. Levantó un tarro de pintura y la sintió resbalar desde su cara, por el cuerpo. Se pegó a las paredes y dio vueltas hasta recorrer el estudio. Contempló la imperfecta secuencia blanca.
–“Cuerpos unidos en soledad”, deberías titularlo –había resonado el intempestivo saludo en ese momento–. Hola, soy Vanesa Guío.
–Ese día se mezcló en mi vida. Como un catalizador. A pesar de las circunstancias, ¿sería por eso?
Nancy voltea a mirarlo. No entiende de qué le habla. Ni le interesa
Vanesa lo recibe con un whisky
–Estás encantado con la zorrita, ¿no?
–Bonita manera de iniciar una conversación –intenta devolverse.
–¿Hasta cuándo me vas a eludir?
–¡¿Eludir?! Fuiste tú la que desapareció anoche, se negó al teléfono todo el día y apagó el celular ¿y yo te quiero eludir? ¡Por favor!
–También recordarás que fui yo quién organizó esta exposición, ¡¿no?! No pensarás que tu obra es distinta. Aterriza. ¡Soy yo, la que te he puesto en donde te quieran comprar!
Decide salir. Lorenzo se interpone:
–¿Sabes qué quiere la zorrita? Te mueres por saberlo, ¿cierto?
Intenta besarla. Vanesa le golpea la cara. La acorrala contra la pared:
–Estás saliendo con otro, ¿cierto? ¿Tiran rico? ¿Se golpean? ¿Se revuelcan también? ¿Qué más hacen, ah? ¿Los tríos que yo nunca quise?
Para superar el asedio, Vanesa saca el brazo en que tiene el whisky al tiempo que Lorenzo protege su rostro. Estrellan los vasos en el aire, las esquirlas tintinean contra el vidrio del escritorio. Ella se sienta, desconcertada. Él contiene la respiración. Ella extrae astillas de su muñeca. Él besa heridas, saborea dedos, nudillos, sin prisa. Muerde articulaciones. Avanza por el cuello. Desciende. Vanesa balbucea:
–Discúlpame. Por favor, entiende.
Lorenzo acaricia piernas. Ella articula suspiros:
–Tú necesitas que te acompañe, te motive, te sirva de apoyo.
Aventura su cabeza bajo la falda…
–Pero eres un egoísta. Todo lo quieres para ti. No te importa el precio.
…aspira la seda. Le hace jueguitos de monstruo. Vanesa protesta:
–Y yo me he prestado, porque creo en ti, en tu talento.
El monstruo encuentra su tesoro y retoza en él. Afloja ropas, se refugia en los senos. La víctima ensaya resistencias:
–Es bueno que busques tu propio cami...
Acoplan en una frecuencia breve y explosiva. Las pausas disminuyen en cada ciclo para marcar el compás. Dos cuerpos se levantan en uno, armónico. Un solo cuerpo, en la desnuda espalda de Vanesa, cae sostenido, muy despacio, sobre el escritorio. Golpes en la puerta. Se besan, profundo. Siguen. Alternan ritmos, contrarritmos. Nancy prueba llaves, vocifera:
–Vanesa, ¿estás bien? ¿Estás ahí? Vanesa, llegó el embajador. Vanesa ¿Me escuchas? ¡¡¡VANESA!!!
El embajador y su séquito tienen prisa. Orlando, el mesero de confianza, se embriaga con el revuelo político e inaugura la exposición. La excitación contenida estalla: Nancy imparte órdenes que se pierden; Carla se une a los satélites diplomáticos; Vanesa intenta llegar al salón; Lorenzo acompaña la escena con otro cigarrillo.
Al cerrar la puerta, se escucha el melódico preludio de la última secuencia del “Bolero” de Ravel. Fuego proyectado en las paredes. Cuadros con vidrios opacos. La luz central decae hasta penumbras. Tras los espejos negros, en pedestales de seda roja, emergen frascos con monstruosas cabezas elaboradas en tocino. Blancuzcas e hinchadas por el alcohol. El estupor del choque artista-espectador viaja en los acordes de la música, “in crescendo”. Algunos evitan la nausea, se desahogan en sonrisas y cumplidos. Ráfagas de fotos. Música en espiral. Un súbito apagón apoya el estruendo de paredes metálicas. Saetas de luz blanca agreden la retina. Por las uniones entre muros, columnas, ventanas, brota sangre espesa. Una secuencia vertical de paneles gira sobre sus ejes. Los presentes se amparan al centro. Aparecen órganos humanos; brazos, orejas, vísceras, pies, manos, miembros viriles, vulvas… que destilan sangre.
Lorenzo acompasa el cigarrillo con la exaltación final de la música. En el último acorde se abre la puerta. Una avalancha forcejea por salir mientras otra, más grande aún, pretende ingresar. Hay gritos desesperados y alabanzas estridentes. “Éxito sin precedentes en exposición de Lorenzo Villa”, divulgarán los medios.
Orlando y Nancy preparan el siguiente “performance”. El embajador y su corte se despiden brevemente. Lorenzo abandona la galería en compañía de Carla. Una sonrisa ilumina el hermosísimo rostro de Vanesa.
Bog. 07. 07. 07.