miércoles, 13 de agosto de 2008

Entrevista a Vladimir Nabokov

Tomado de: http://www.enfocarte.com/1.11/entrevista.html


Entrevista* a Vladimir Nabokov [1]
Traducción: Luis María Todó
Nabokov en 1923


"En mayo de 1975, coincidiendo con la publicación en Francia de Ada o el ardor, Vladimir Nabokov(*), uno de los novelistas más famosos e importantes del siglo XX, aceptó la invitación de Bernard Pivot, y acudió al programa "Apostrophes", uno de los más influyentes de la televisión francesa. La presencia de Nabokov en el plató era un hecho doblemente excepcional: por la calidad indiscutible del programa y porque Nabokov muy raramente concedía entrevistas."


Nabokov, como siempre hacía al conceder una entrevista, pactó la conversación por adelantado. Mientras se realiza el encuentro, Nabokov tiene todas sus respuestas escrupulosamente escritas en unas cuantas fichas.

-Buenas noches, señor Nabokov. Son las 21 horas 47 minutos y 47 segundos. Habitualmente, ¿qué hace usted a esta hora?

-A esta hora suelo estar bajo el edredón, con tres almohadas bajo la cabeza, un gorro de dormir, en mi modesto dormitorio que también me sirve de estudio. La lámpara de cabecera, muy fuerte, el faro de mis insomnios, todavía arde pero será apagada dentro de un momento. Tengo en la boca una pastilla de grosella, y en las manos una revista de New York o de Londres. La dejo, apago la luz. La enciendo, renegando en voz baja. Me meto un pañuelo en el bolsillo del camisón, y da comienzo el debate interior: ¿tomar o no tomar un somnífero? Qué deliciosa es la decisión positiva.

-Pero, ¿qué horario hace usted en un día normal?

-Tomemos un día de mediados de invierno. En verano hay más variedad. Me levanto entre las seis y las siete, y escribo con un lápiz bien afilado, de pie, ante el atril, hasta las nueve. Después de un frugal desayuno, mi mujer y yo leemos el correo, que siempre es muy voluminoso. Después me baño, me afeito, me visto, paseamos una hora por los floridos muelles de Montreux. Y después del almuerzo y de una breve siesta, el segundo periodo de trabajo hasta la cena. Éste es el programa típico.

-Cuando era más joven ¿ya hacía ese horario, o tenía arranques de pasión, impulsos que perturbaban sus días y sus noches?

-¡Ya lo creo! A los 26, a los 30 años, la energía, el capricho, la inspiración me llevaban a escribir hasta las 4 de la madrugada. Raras veces me levantaba antes de las 12 y escribía todo el día tumbado en un diván. La pluma y la posición horizontal han dado paso al lápiz y la vertical austera. Se acabaron los arranques. Pero, ¡cómo me gustaba el despertar de los pájaros, el canto sonoro de los mirlos que parecían aplaudir las últimas frases del capítulo que acababa de componer!

-Ya sabíamos que escribir es la pasión de su vida, pero, ¿concibe una segunda vida en la que no escribiera?

-Concibo muy bien otra vida en la que yo no sería novelista, inquilino feliz de una marfileña torre de Babel, sino alguien igual de feliz de otra manera, que ya he tanteado: un oscuro entomólogo que caza mariposas en verano, en países fabulosos, y en invierno clasifica sus descubrimientos en el laboratorio de un museo.

A pesar de que nació en Rusia, usted ha vivido y trabajado en Estados Unidos y en Europa durante muchos años. ¿Tiene algún fuerte sentimiento de identidad nacional?

Soy un escritor estadounidense, nacido en Rusia y educado en Inglaterra donde estudié literatura francesa antes de pasar 15 años en Alemania. Vine a Estados Unidos en 1940 y decidí convertirme en ciudadano estadounidense, y hacer de Estados Unidos mi hogar. Pasó de tal forma que me vi expuesto inmediatamente a lo mejor de lo mejor en Estados Unidos, a su rica vida intelectual y a su atmósfera despreocupada y generosa. Me zambullí en sus grandes bibliotecas y su Gran Cañón. Trabajé en los laboratorios de sus museos zoológicos. Adquirí más amigos que los que alguna vez tuve en Europa. Mis libros –viejos y nuevos– encontraron algunos lectores admirables. Me volví tan corpulento como cortés –principalmente porque dejé de fumar y lo sustituí con melaza y dulces, con el consiguiente resultado de que mi peso subió de mis 140 libras usuales a las monumentales y placenteras 200. En consecuencia, soy un tercio estadounidense –buena carne estadounidense que me mantiene caliente y protegida–...

-Le daré algunos detalles relativos al aspecto bastante cosmopolita de mi vida. Soy de una antigua familia rusa de San Petersburgo. Mi abuela paterna era de origen alemán, pero nunca aprendí esa lengua, no puedo leerla sin diccionario. Pasé los primeros veranos en el campo, en nuestra finca cerca de Petersburgo. En otoño íbamos al sur: Niza, Pau, Biarritz... Los inviernos en Petersburgo, ahora Leningrado. Nuestra magnífica casa de granito rosa sigue allí, en buen estado, al menos exteriormente, porque a las tiranías les gusta la arquitectura del pasado. La finca está situada en una llanura boscosa. Por la flora se parece al noroeste de América: bosques de álamos, oscuros abetos, muchos abedules y unas espléndidas turberas, multitud de flores y mariposas más o menos árticas. Esta fase totalmente feliz duró hasta el golpe de Estado bolchevique. Unos campesinos, en un exceso de celo quemaron el castillo y requisaron la casa. En abril de 1919, tres familias Nabokov, la de mi padre y la de sus dos hermanos tuvieron que abandonar Rusia vía Sebastopol, vieja fortaleza del infortunio. El ejército rojo procedente del norte invadía Crimea, donde mi padre era ministro de justicia en el gobierno provincial, durante el breve periodo liberal antes del terror leninista. Aquel mismo año, en octubre de 1919, yo empezaba los estudios de Cambridge.

-¿Cuál es su lengua preferida: el ruso, el inglés o el francés?

-En la lengua de mis antepasados me siento perfectamente cómodo, pero no lamentaré jamás mi metamorfosis americana. El francés, o mejor dicho, mi francés, que es una cosa muy especial, no se doblega tan bien al suplicio de mi imaginación. Su sintaxis me impide ciertas libertades que me tomo con las otras dos lenguas. Ni que decir tiene que adoro el ruso, pero el inglés lo supera como instrumento de trabajo. Lo supera en riqueza, en riqueza de matices, en prosa delirante y en precisión política. Una procesión de niñeras e institutrices inglesas viene a mi encuentro cuando vuelvo a mi pasado.

-¿Eso es una cita?

-Es una cita. Lo he sacado de una traducción muy buena... A los tres años hablaba mejor el inglés que el ruso, pero hay un periodo entre los 10 y los 20 años en que aunque leía a muchos autores ingleses, Welles, Kipling, Shakespeare, la revista The Boys on Paper, por citar sólo obras cumbres, hablaba muy poco en inglés. Aprendía el francés a los 6 años. La institutriz, Mademoiselle Cecil Miotton, estuvo con nosotros hasta 1915. Empezamos con EL Cid y Los miserables. Pero los tesoros estaban en la biblioteca de mi padre. A los 12 años ya conocía a todos los poetas benditos de Francia. "Recuerdo, recuerdo, ¿qué quieres de mí? / El otoño hacía volar al tordo a través de aire átono / el bosque amarillento donde la brisa desentona" . Y, es curioso, en tierna edad, yo ya comprendía que Verlaine no habría debido usar una rima tan incestuosa átona-desentona, tienen la misma raíz. Éste es el calendario de mis tres lenguas.

(...)

-El exilio, porque usted es exiliado, por doloroso que sea, ¿no es para los creadores como usted algo estimulante, una posibilidad de enriquecimiento para el espíritu, la sensibilidad creadora?

-Le explicaré cómo ocurrió. Después de pasar los exámenes de Cambridge, muy fáciles, de literatura rusa y francesa (había elegido bien) tenía el título de diplomado en letras que no me sirvió de nada en mis intentos de ganarme la vida sin escribir libros, de modo que me puse a escribir relatos, novelas, en ruso, para los diarios y revistas de emigrados en Berlín y en París, los dos centros de expatriación.

-¿En qué años más o menos?

-Viví en Berlín y en París entre el 22 y el 39.

-De acuerdo.

-1922 y 1939.

-Ya.

-Soy pedante con las fechas -risas-.

Sigo... Cuando pienso en aquellos años de exilio me veo a mí y a miles de rusos blancos llevando una vida extraña pero nada desagradable en la indigencia material y el lujo intelectual, entre aborígenes más o menos ilusorios, franceses o alemanes con quienes mis compatriotas no tenían el menor contacto. Pero de vez en cuando aquel mundo espectral donde exhibíamos nuestras heridas y placeres era presa de temibles convulsiones que nos mostraban quién era el cautivo desencarnado y quién era el amo. Eso ocurría cuando teníamos que prorrogar unos diabólicos carnés de identidad, u obtener, cosa que tardaba semanas, un visado para ir de Paris a Praga, o de Berlín a Berna. Los emigrados ya no eran ciudadanos rusos, y la Sociedad de Naciones les daba un pasaporte llamado Nansen, un papelote que se rasgaba cada vez que lo desplegabas. Las autoridades, los cónsules británicos o belgas parecían creer que poco importaba lo miserable que fuera un Estado, pongamos la Rusia soviética: cualquier fugitivo de ese Estado era más despreciable por el hecho de existir fuera de una administración nacional. ¡Pero no todos nos resignábamos a ser bastardos o fantasmas! Pasábamos de Menton a San Remo, por ejemplo, tan tranquilos, por senderos de montaña, conocidos por cazadores de mariposas y poetas despistados. La historia de mi vida, pues, se parece menos a una biografía que a una bibliografía: 10 novelas en ruso entre los 25 y los 40 años, y 8 novelas en inglés entre los 40 y ahora. En 1940 salí de Europa para ir a América y hacer de profesor de literatura rusa. De pronto me descubro una incapacidad total de hablar en público. Por tanto, decido escribir por adelantado más de cien conferencias anuales.

(...)

-Quisiera hacerle una pregunta que quizá juzgue algo íntima: ¿por qué vive en Suiza, en un hotel, en Montreux? ¿Por qué no en los Estados Unidos? Rechaza los Estados Unidos, la vida americana? ¿Rechaza la propiedad privada, o bien, eterno emigrado, se niega a quedarse en un lugar?

-¿Por qué el hotel suizo? Suiza es un país encantador, y la vida de hotel facilita mucho las cosas. Echo de menos América, y espero regresar para pasar allí al menos otros veinte años. La vida tranquila de una ciudad universitaria en América no presentaría grandes diferencias con Montreux, donde las calles son más ruidosas que en la provincia americana. Además, como no soy lo bastante rico, como nadie es lo bastante rico, para revivir totalmente mi infancia, no vale la pena instalarse para siempre. Porque es imposible recuperar el sabor del chocolate con leche suizo de 1910. Ya no existe. (...) Mi mujer y yo pensamos en una villa en Francia o Italia, pero el espectro de la huelgas de correo muestra todo su horror. La gente de profesión sedentaria, las ostras tranquilas, aferradas al nácar natal, no se dan cuenta de cómo un correo regular y seguro como el suizo alivia la vida de un autor, aunque la ofrenda de una mañana normal consista sólo en algunas cartas comerciales y dos o tres peticiones de autógrafos. Y la vista del lago desde el balcón, el lago Leman, ese lago que vale toda la plata líquida a la que se parece; es una mala metáfora.

(Sonrisas)

-Además del exilio y el extrañamiento, ¿cuáles son los temas principales de su obra?

-Además del extrañamiento, yo me siento forastero siempre y en todo lugar, es mi estado, es mi trabajo, mi vida. Me siento en casa entre recuerdos muy personales que no tienen relación alguna con una Rusia geográfica, nacional, física, política. Los críticos emigrados en París, y mis maestros en Petersburgo tenían razón, por una vez, al quejarse de que no fuera lo bastante ruso. Es así.Y en cuanto al tema de mis libros, ¡hay de todo!

-¡Usted me esquiva!

-Sí

-¿Para usted, una novela no es ante todo una buena historia?

-Eso es, una excelente historia. Pero mis mejores novelas no tienen una, sino más historias que se entrelazan en cierta manera. Pálido Fuego posee ese contrapunto, y Ada también. Me gusta ver el tema principal irradiando a través de la novela y desarrollándose en pequeños temas secundarios. A veces es una digresión que se convierte en drama en un rincón del relato. O bien las metáforas de un discurso elevado se unen para formar una nueva historia.

-¿Las historias que se inventan los novelistas (y pienso en un novelista llamado Vladimir Nabokov) las historias inventadas son más interesantes que las de la vida?

-Entendámonos: la historia verdadera de una vida también ha tenido que ser contada por alguien, y si es una autobiografía escrita con pluma pudibunda por un personaje sin talento puede parecer muy sosa al lado de una invención maravillosa como el Ulises de Joyce.

-¿Es su libro favorito?

-Sí, mi gran modelo.

-"Nabokov es Lolita", es la ecuación de siempre. ¿No acaba molestándole el éxito de Lolita, tan considerable que se puede pensar que usted es el padre de una única niña algo perversa?
Nabokov en 1971


-Lolita no es una niña perversa. Es una pobre niña que corrompen, y cuyos sentidos nunca se llegan a despertar bajo las caricias del inmundo señor Humbert, a quien una vez pregunta: "¿Siempre viviremos así haciendo toda clase de porquerías en camas de hotel?" Pero respondiendo a su pregunta: Su éxito no me molesta. Yo no soy Conan Doyle quién, por esnobismo o pura estupidez, prefería ser conocido como autor de una historia de África (risas), que imaginaba muy superior a su Sherlok Holmes. Y es muy interesante plantearse como hacen ustedes los periodistas, el problema de la tonta degradación que el personaje de la nínfula que yo inventé en 1955 ha sufrido entre el gran público. No sólo la perversidad de la pobre criatura fue grotescamente exagerada sino el aspecto físico, la edad, todo fue modificado por ilustraciones en publicaciones extranjeras. Muchachas de 20 años o más, pavas, gatas callejeras, modelos baratas, o simples delincuentes de largas piernas, son llamadas nínfulas o "Lolitas" en revistas italianas, francesas, alemanas, etc. Y las cubiertas de las traducciones turcas o árabes. El colmo de la estupidez. Representan a una joven de contornos opulentos, como se decía antes, con melena rubia, imaginada por idiotas que jamás leyeron el libro. En realidad, Lolita es una niña de 12 años mientras que Mr. Humbert es un hombre maduro, y el abismo entre su edad y la de la niña produce el vacío entre ellos; entre ese vacío, ese vértigo, la seducción, atracción de un peligro mortal. En segundo lugar, la imaginación del triste sátiro, convierte en criatura mágica a aquella colegiala americana tan trivial y normal en su género como el poeta frustrado Humbert lo es en el suyo. Fuera de la mirada maníaca de Mr. Humbert no hay nínfula. Lolita, la nínfula, sólo existe a través de la obsesión que destruye a Humbert. Éste es un aspecto esencial de un libro singular que ha sido falseado por una popularidad artificiosa.

(...)

-No sé por qué me gustan tanto los espejos y los espejismos. Sé que a los diez años me apasionaban los trucos de magia. La magia a domicilio con sus instrumentos: el sombrero de doble fondo, la varita con la estrella, el juego de cartas que entre los dedos se metamorfosea en cabeza de cerdo. (Pivot ríe) Sí, sí. Todo eso te llegaba en una gran caja de los almacenes Peto, calle de la caravana, cerca del Circo Cíniselli, en San Petersburgo. Dentro venía un manual de magia que enseñaba cómo hacer desaparecer o cambiar una moneda entre los dedos. Yo intentaba hacer esos trucos delante de un espejo, tal como aconsejaba el manual: "Ponte delante de un espejo". Y mi carita, pálida y seria, reflejada en el espejo, me aburría. Me ponía un antifaz negro que me daba mejor cara; pero nunca llegaba a igualar al famoso mago Mister Merlín , a quien solían invitar a las fiestas infantiles y de quien yo intentaba en vano imitar el parloteo, frívolo y engañoso, que mi manual quería que yo recitara para eclipsar mis juegos de manos. Parloteo frívolo y engañoso: he aquí una definición engañosa y frívola de mis obras literarias... Pero esos estudios de escamoteo no duraron mucho. "Trágico" es un término muy fuerte, pero hay algo trágico en el incidente que me hizo abandonar esa pasión, relegar la caja al cuarto trastero con los juguetes difuntos y los títeres rotos. Una tarde de Pascua, en la última fiesta infantil del año, no pude evitar mirar por la ranura de una puerta para ver cómo iban los preparativos que hacía el señor Merlín para su número de salón. Le vi que entreabría un secreter para meter tranquilamente, abiertamente, una flor de papel. Y la familiaridad de aquel gesto era innoble comparada con el hechizo de su arte. Yo entendía de ello, sabía qué ocultaba el frac ajado de un mago, y qué pueden hacer los magos. Ese vínculo profesional, vínculo de mala fe, me llevó a revelar a una primita mía, Mara Jevuska, en qué escondrijo hallaría la rosa que Merlín escamotearía en uno de sus trucos. En el momento crítico, la pequeña traidora, blanca y de pelo negro, señaló con el dedo el secreter, gritando: "¡Mi primo ha visto dónde la ha metido!" Yo era muy joven, pero ya distinguía o creí distinguir la expresión atroz que contrajo las facciones del pobre mago. Cuento este incidente para satisfacer a mis críticos perspicaces que declaran que en mis novelas el espejo y el drama andan muy lejos. Porque debo añadir: cuando abrieron el cajón que los niños señalaban entre burlas... la flor no estaba.

(Risas)

-¡Estaba sobre la silla de mi vecina! ¡Encantadora combinación, gloria del ajedrez!

-Es una historia muy bonita, preciosa. Si bien se mira, hay bastante erotismo en su obra.

-Hay bastante erotismo en la obra de cualquier novelista de quien se pueda hablar sin reírse. Lo que llaman "erotismo" es uno de los arabescos del arte de la novela.

-Lo que sorprende, sobre todo en Ada, es el gusto por el detalle: cada objeto en su sitio, la referencia exacta; todo es muy minucioso en sus libros, usted es un perfeccionista, y un aficionado a las mariposas; en Ada hallamos muchas veces su gusto por ellas.

-Excepto algunas mariposas suizas en Ada, me inventé las especies, pero no los géneros. Es un detalle simpático, ¿verdad? Sostengo que es la primera vez que alguien se inventa mariposas científicamente posibles en una novela. Se me podría responder: usted satisface al sabio y abusa de la ignorancia del lector sobre las mariposas, pues si se hubiese inventado un nuevo tipo de perro o de gato para los señores del castillo, la superchería hubiera irritado al lector, que habría tenido que imaginarse un cuadrúpedo bastante mitológico cada vez que Ada recoge al animal en brazos. Lástima que no haya intentado inventarme cuadrúpedos. Lo siento. Pero me inventé un árbol nuevo para el jardín del castillo. Algo es algo.

-Usted ha escrito este libro maravilloso, La Defensa, ¿es un buen jugador de ajedrez? Y hablando de ajedrez, ¿qué piensa de Fischer?

-Yo era un jugador de ajedrez bastante bueno. No un "Gross Meister" (literalmente Grueso Maestro) como dicen los alemanes. Pero era un buen jugador de círculo, capaz de tender una trampa a un campeón aturdido. Lo que siempre me ha gustado en el ajedrez son las trampas, los trucos ocultos. Por eso abandoné las partidas y me dediqué a la composición de problemas. No dudo que hay un vínculo íntimo entre algunos espejismos de mi prosa y el tejido brillante y oscuro a un tiempo de los problemas de ajedrez, enigmas mágicos, cada uno de los cuales es fruto de mil y una noches de insomnio. Me gusta componer los problemas llamados "suicidas" en los que las blancas obligan a las negras a ganar. Sí, Fischer es un ser extraño pero no tiene nada de anormal que un jugador de ajedrez no sea normal, que sea así. Hubo el caso del gran Rubinstein, a principios de siglo. Del manicomio donde solía vivir una ambulancia lo llevaba cada día a la sala del café donde se celebraba el torneo y después lo devolvía a su casilla negra, después del juego. No le gustaba ver a su adversario, pero una silla vacía más allá de su tablero todavía le irritaba más. Entonces ponían un espejo y el veía su reflejo o quizá al auténtico Rubinstein.

-Fischer es un caso de psicoanálisis.

-No, no, es un gran jugador de ajedrez que tiene pequeñas manías.

¿Alguna vez ha sido psicoanalizado?

¿He sido qué?

Sujeto a algún examen psicoanalítico.

¿Por qué, Dios mío?

Para ver cómo funciona esto. Algunos críticos han sentido que sus comentarios punzantes sobre la moda del freudismo, tal como es llevado a la práctica por los analistas estadounidenses, sugieren un desprecio basado en el conocimiento.

Conocimiento basado en los libros solamente. La experiencia en sí misma es demasiado tonta y desagradable para ser contemplada incluso como una broma. El freudismo y todo lo que ha contaminado con sus grotescas implicaciones y métodos me parece uno de los engaños más viles practicados por las personas sobre ellos mismos y sobre los otros. Lo rechazo totalmente, junto con otras cuestiones medievales que todavía adoran el ignorante, el convencional, o el muy enfermo.

-Me ha parecido entender que no aprecia a Freud.

-No es exacto. Aprecio mucho a Freud como autor cómico. Las explicaciones que da sobre las emociones de sus pacientes y sus sueños son de un burlesco increíble, pero hay que leerlo en la lengua original. No entiendo cómo se le puede tomar en serio. No hablemos más de eso.

-Los escritores políticos tampoco son sus autores de cabecera.

-Muchas veces me preguntan quién me gusta y quién no, entre los novelistas, comprometidos o no, de mi siglo maravilloso. Primero, no aprecio al escritor que no ve las maravillas de este siglo, las pequeñas cosas, la ropa masculina informal, el cuarto de baño que substituye al lavabo inmundo. Las grandes cosas como la sublime libertad de pensamiento en nuestro doble occidente. ¡Y la luna! Recuerdo con qué escalofrío delicioso, envidia y angustia, miraba yo en la televisión los primeros pasos flotantes del hombre sobre el talco de nuestro satélite y cómo despreciaba a quienes decían que no valí la pena gastar tantos dólares para pisar el polvo de un mundo muerto. Detesto pues a los divulgadores comprometidos, a los escritores sin misterio, a los infelices que se alimentan con los elixires del charlatán vienés. Aquellos que aprecio saben que sólo el verbo es el valor real de la obra maestra. Principio tan viejo como verdadero, y eso no ocurre a menudo. No es preciso dar nombres, nos reconocemos por un lenguaje de signos, a través de los signos del lenguaje, o bien, al contrario, todo nos irrita en el estilo de un contemporáneo detestable, incluso sus puntos suspensivos.

-Me han dicho que no le gusta Faulkner. Cuesta creerlo.

-¡No! No soporto la literatura regional, el folklore artificial.

-¿puedo decir que usted, para resumir un poco, tiene la cultura del sabio y además la ironía del pintor?

-Hay un rinconcito en la taxonomía entomológica que yo conocía muy bien, era el maestro, en los años 40, en el museo de Harvard. La ironía del pintor, eso no. La ironía es el método de discusión que usaba Sócrates para confundir a los sofistas; la inventó él y a mí Sócrates, entre otros, me cae muy mal. Por extensión, la ironía es una risa amarga. Mi risa es un chisporroteo bonachón que viene del vientre tanto del cerebro.

Nunca conoceremos el significado de la vida

"Si no hubiera escrito Lolita, los lectores no habrían empezado a encontrar chicas"

Tomado de: http://www.etcetera.com.mx/1999/332/ta0332.htm

Alvin Toffler[2]

¿Siente qué el doble éxito de Lolita ha mejorado su vida o la ha empeorado?

Dejé de impartir clases –éste es casi el único cambio–. Me gustaba mucho dar clases, me gustaba mucho Cornell, me gustaba mucho preparar y dar mis conferencias sobre escritores rusos y grandes libros europeos. Sin embargo, alrededor de los 60, y especialmente en invierno, uno empieza a tener dificultades con el proceso físico de enseñar, levantarse a una hora determinada, la lucha con la nieve en el camino, la caminata por largos pasillos hacia el salón de clases, el esfuerzo de dibujar en el pizarrón un mapa de la ciudad de Dublín de James Joyce, o la disposición de un vagón semidormido del expreso de San Petersburgo a Moscú a principios de la década de 1870, ya que sin entender esto ni Ulises ni Ana Karenina tienen sentido. Por alguna razón mis recuerdos más lúcidos se refieren a los exámenes. Un gran anfiteatro en Goldwin Smith. Exámenes de las 8 am. a las 10:30. Alrededor de 150 estudiantes: jóvenes sin lavarse y sin rasurarse y muchachas razonablemente bien arregladas. Un sentimiento general de tedio y desastre. Ocho y media. Pequeñas toses, limpiarse las gargantas nerviosas, que vienen en racimos de sonidos, el crujir de las páginas. Algunos mártires hundidos en meditación, con sus brazos entrelazados detrás de sus cabezas. Me encuentro con una mirada embotada hacia mí, viendo en mí con esperanza y odio la fuente de conocimiento prohibido. Una chica con lentes se acerca a mi escritorio a preguntar: "Profesor Kafka, ¿quiere usted que digamos que…? ¿O solamente quiere que contestemos la primera parte de la pregunta?". La gran fraternidad de sietes, la columna vertebral de la nación, escribiendo con prisa y a velocidad constante. Un crujido que se eleva simultáneamente. La mayoría da la vuelta a la página de sus cuadernillos de exámenes, buen trabajo en equipo. La sacudida de una muñeca acalambrada, la tinta que falla, el desodorante que ya no funciona. Cuando pesco miradas dirigidas hacia mí, inmediatamente se elevan al techo en un acto de meditación piadosa. Los cristales de la ventana se empañan. Los muchachos se quitan los suéteres. Las muchachas mascan goma en rápida cadencia. Diez minutos, cinco, tres, se acabó el tiempo...

Muchos lectores han concluido que el gusto prosaico que al parecer usted encuentra más estimulante es el de las costumbres sexuales de Estados Unidos.

El sexo como institución, el sexo como noción general, el sexo como problema, el sexo como una trivialidad; todo esto es algo que encuentro muy tedioso para las palabras. Mejor saltémonos el sexo.

Hablando del muy enfermo, usted sugirió en Lolita que el apetito de Humbert hacia las adolescentes es el resultado de una experiencia de amor no correspondida durante la infancia; en Invitation to a Beheading usted escribió sobre una niña de 12 años, Emmie, que está interesada eróticamente en un hombre que le dobla la edad; y en Bend Sinister su protagonista sueña que está "subrepticiamente disfrutando a Mariette (su sirvienta) mientras ella se sienta, encogiéndose un poco, en su regazo durante el ensayo de una obra en la que se supone que ella es su hija". Algunos críticos, al escudriñar sus obras en busca de pistas acerca de su personalidad, han mencionado este tema recurrente como evidencia de una preocupación insana de su parte con el tema de la atracción sexual entre chicas pubertas y hombres de mediana edad. ¿Siente que puede haber algo de verdad en esta acusación?

Pienso que sería más correcto decir que si no hubiera escrito Lolita, los lectores no habrían empezado a encontrar chicas en mis otras obras y en sus propios hogares. Me parece muy divertido cuando una persona, amable y educadamente, me dice –probablemente sólo con el fin de ser amable y educado–: "Sr. Naborkov", o "Sr. Nabahkov", o "Sr. Nabkov", o "Sr. Nabohkov", dependiendo de sus habilidades lingüísticas, "tengo una hija que se comporta como una Lolita". La gente tiende a subestimar el poder de mi imaginación y mi capacidad de desarrollar seres sucesivos en mis escritos. Y luego, por supuesto, está ese tipo especial de crítico, el demonio interesado en indagar lo humano, el vulgar divertido. Por ejemplo, alguien descubrió afinidades reveladoras entre el romance juvenil de Humbert en el Riviera con mis propios recuerdos sobre la pequeña Colette, con quien construía castillos de arena en Biarritz cuando tenía diez años. El melancólico Humbert tenía, por supuesto, 13 años y estaba en la agonía de una excitación sexual bastante extravagante, mientras que mi romance con Colette no tenía muestra alguna de deseo erótico y, por supuesto, era perfectamente común y corriente. Por supuesto, a los nueve y diez años de edad, en ese escenario, en esos tiempos, no sabíamos absolutamente nada acerca de los falsos hechos de la vida que ahora imparten a los infantes los padres progresistas.

¿Por qué falsos?

Porque la imaginación de un niño pequeño –especialmente un niño de ciudad– inmediatamente distorsiona, estiliza, o bien altera los asuntos extraños que se le cuentan sobre las abejas, y de cualquier forma ni él ni sus padres pueden distinguir entre una abeja y un abejorro...

Otro crítico ha escrito sobre usted que "la tarea de escudriñar y seleccionar justamente la correcta sucesión de palabras de esa memoria políglota, y de arreglar sus matices con múltiples reflejos hacia la yuxtaposición perfecta, debe ser un trabajo físicamente exhaustivo". ¿Cuál, de todas sus obras, en este sentido, diría usted que fue la más difícil de escribir?

Oh, Lolita, naturalmente. Me faltaba la información necesaria, esa fue la dificultad inicial. No conocía ninguna chica estadounidense de 12 años, y no conocía Estados Unidos; tuve que inventar Estados Unidos y a Lolita. Me había tomado como 40 años inventar Rusia y la Europa occidental, y ahora me enfrentaba a una labor similar, con menor cantidad de tiempo a mi disposición. Obtener tales ingredientes locales para que me permitiera inyectar una "realidad" media a la mezcla de imaginación individual probó ser, a los 50 años, un proceso más difícil que lo que había sido en la Europa de mi juventud.

¿Es cierto que usted escribe de pie, y que escribe a mano en vez de escribir a máquina?

Sí, nunca aprendí a escribir a máquina. Generalmente comienzo el día en un precioso y antiguo atril que tengo en mi estudio. Más tarde, cuando siento que la gravedad empieza a picarme en las pantorrillas, me siento en un sillón cómodo junto a un ordinario escritorio; y finalmente, cuando la gravedad empieza a escalar por mi espina dorsal, me recuesto en un sofá que está en la esquina de mi pequeño estudio. Es una rutina solar agradable. Pero cuando era joven, en mis 20 y principios de mis 30, solía a menudo pasarme todo el día en la cama, fumando y escribiendo. Ahora han cambiado las cosas. Prosa horizontal, verso vertical y glosa sedentaria continúan cambalacheando los calificativos y arruinando las aliteraciones...

¿Qué es lo que usted observa como su principal falla como escritor, además de la capacidad de olvido?

La falta de espontaneidad; la molestia de pensamientos paralelos, segundos pensamientos, terceros pensamientos; la inhabilidad de expresarme apropiadamente en cualquier idioma a menos que componga cada maldito enunciado en mi baño, en mi mente, en mi escritorio.

Actualmente podemos decir que le está yendo bastante bien.

Es una ilusión.

Su respuesta puede tomarse como confirmación de algunos comentarios críticos en cuanto a que usted es un "tomador de pelo incorregible", "un superchero", y un "agente provocador literario". ¿Cómo se percibe usted mismo?

Pienso que lo que más me gusta de mí mismo es que nunca me ha consternado la sandez o la ira de los críticos, y nunca en mi vida he pedido o dado las gracias a un corrector por su revisión. Lo segundo que más me gusta… ¿o debo mencionar sólo uno?

No, por favor continúe.

El hecho que desde joven –tenía 19 cuando salí de Rusia– mi credo político se ha mantenido tan frío e inmutable como una roca. Es tan clásico hasta el punto de la trivialidad. Libertad de palabra, libertad de pensamiento, libertad de arte. La estructura social o económica del Estado ideal me preocupa muy poco. Mis deseos son modestos. Las fotografías de los jefes de gobierno no deben ser más grandes que una estampilla postal. No a la tortura y no a las ejecuciones. No a la música, excepto aquella que venga de audífonos, o la que se toque en teatros.

¿Por qué no a la música?

No tengo oído musical, una carencia que lamento profundamente. Cuando asisto a un concierto –que ocurre más o menos cada cinco años– me esfuerzo resueltamente para seguir la secuencia y la relación de los sonidos, pero no puedo mantenerla por más de unos cuantos minutos. Impresiones visuales, reflejos de las manos en la madera laqueada, una asidua región rala en un violín, todo esto toma el control, y pronto me encuentro extremadamente aburrido por los movimientos de los músicos. Mi conocimiento sobre música es muy breve; y tengo una razón especial para encontrar mi ignorancia e inhabilidad tan lamentables, tan injustas: hay un maravilloso cantante en mi familia, mi propio hijo. Su gran don, la rara belleza de su tono grave, y la promesa de una carrera espléndida, todo esto me afecta profundamente, y me siento tonto durante una conversación técnica entre músicos. Estoy perfectamente consciente de los muchos paralelismos entre las formas de arte de la música y las de la literatura, especialmente en cuanto a la estructura pero, ¿qué puedo hacer si mi oído y mi cerebro se rehusan a cooperar? He encontrado un peculiar sustituto de la música en el ajedrez –más exactamente, en la composición de problemas de ajedrez–...

Se le ha citado diciendo: mis placeres son los más intensos conocidos por el hombre: cazar mariposas y escribir. ¿Son de alguna manera comparables?

No, pertenecen esencialmente a diferentes tipos de placer. Ninguno de los dos es fácil de describir a una persona que no los ha experimentado, y cada uno de ellos es tan obvio para el que sí lo ha hecho, que una descripción sonaría cruda y redundante. En el caso de la caza de mariposas, creo que puedo distinguir cuatro elementos básicos. Primero, la esperanza de la captura –o la captura de hecho– del primer especimen o una especie desconocida para la ciencia: éste es el sueño en la mente de cada lepidóptero, sea que se encuentre escalando una montaña en Nueva Guinea o cruzando un pantano en Maine. En segundo lugar está la captura de una mariposa muy rara o muy regional, que has contemplado perversamente en libros, en revistas científicas desconocidas, en las ilustraciones espléndidas de famosos libros, y que ahora la ves volar en su hábitat natural, entre plantas y minerales que adquieren una magia misteriosa a través de la íntima asociación con las rarezas que producen y soportan, de tal manera que un paisaje determinado vive dos veces: como un área deliciosamente inexplorada con derecho propio, y como la cacería de una cierta mariposa o polilla. En tercer lugar, existe el interés del naturalista en desenmarañar las historias de vida de los insectos poco conocidos, en aprender sobre sus hábitos y estructura, y en determinar su posición en el esquema de clasificación, un esquema que puede ser en ocasiones explotado con placer en un despliegue deslumbrante de fuegos artificiales polémicos cuando un nuevo descubrimiento altera el viejo esquema y confunde a sus campeones obtusos. Y cuarto, uno no debe ignorar el elemento de deporte, de suerte, de movimiento enérgico y proeza sólida, de fin de una búsqueda ardiente y ardua en el triángulo sedoso de una mariposa doblada que yace en la palma de la mano.

¿Qué hay acerca de los placeres de escribir?

Corresponden exactamente a los placeres de leer, la dicha, la felicidad de una frase se comparte entre el escritor y el lector: entre el escritor satisfecho y el agradecido escritor, o –que es lo mismo– entre el artista agradecido a la fuerza desconocida en su mente que ha sugerido una combinación de imágenes y el lector artístico a quien satisface esta combinación.

Todo buen lector ha disfrutado de unos cuantos buenos libros en su vida, así que ¿por qué analizar las delicias que ambas partes conocen? Escribo principalmente para artistas, amigos artistas y artistas seguidores. Sin embargo, nunca podría explicar adecuadamente a ciertos estudiantes en mis clases de literatura los aspectos de la buena lectura, el hecho de que lees un libro de un artista no con tu corazón (el corazón es un lector notablemente estúpido), y no con tu cerebro solo, sino con tu cerebro y tu espina. "Damas y caballeros, el hormigueo en la espina en realidad les dice lo que el autor sintió y quiso que sintieran". Me pregunto si alguna vez podré medir nuevamente con manos dichosas la amplitud de un atril y clavarme en mis notas ante el abismo comprensivo de una audiencia universitaria...

¿Existen algunos autores contemporáneos que disfrute leer?

Tengo algunos favoritos, por ejemplo, Robbe-Grillet y Borges. ¡De qué manera tan libre y gratificante uno respira en sus maravillosos laberintos! Amo su lucidez de pensamiento, la pureza y la poesía, la ilusión en el espejo.

Muchos críticos sienten que esta descripción se aplica de manera no menos apta a su propia prosa. ¿Hasta qué punto siente que la prosa y la poesía se entremezclan como formas de arte?

Con excepción de que empecé más temprano –esa es la respuesta a la primera parte de su pregunta–. En cuanto a la segunda: bueno, la poesía, por supuesto, incluye toda la escritura creativa. Nunca he sido capaz de ver ninguna diferencia genérica entre la poesía y la prosa artística. De hecho, me inclinaría a definir un buen poema de cualquier longitud como un concentrado de una buena prosa, con o sin la adición de ritmo y rima recurrentes. La magia de la prosodia puede mejorar lo que llamamos prosa al extraer el sabor completo del significado, mas en la prosa sencilla también hay ciertos patrones rítmicos, la música del fraseo preciso, el latido del pensamiento proporcionado por las peculiaridades recurrentes de la locución y la entonación. De igual manera que las clasificaciones científicas actuales, hay mucha superposición en nuestro concepto de poesía y prosa hoy. El puente colgante entre ellos es la metáfora.

También ha escrito que la poesía representa "los misterios de lo irracional percibidos a través de palabras racionales". Sin embargo, muchos sienten que lo "irracional" tiene poco espacio en una era cuando el conocimiento exacto de la ciencia ha empezado a sondear los misterios más profundos de la existencia. ¿Está de acuerdo?

Este aspecto es muy engañoso. Es una ilusión periodística. De hecho, mientras más grande sea la ciencia de uno, más profundo es el sentido de misterio. Más aún, no creo que ninguna ciencia de hoy haya penetrado ningún misterio. Nosotros, como lectores de periódicos, tendemos a llamar "ciencia" a la habilidad de un electricista o la jerigonza de un psiquiatra. Esto, en el mejor de los casos, es ciencia aplicada, y una de las características de la ciencia aplicada es que el neutrón de ayer o la verdad de hoy se mueren mañana. Sin embargo, incluso en el mejor sentido de la "ciencia" –como el estudio de la naturaleza visible y palpable, o la poesía de las matemáticas puras y la filosofía pura– la situación continúa tan desesperada como siempre. Nunca conoceremos el origen de la vida, o el significado de la vida, o la naturaleza del espacio y el tiempo, o la naturaleza de la naturaleza, o la naturaleza del pensamiento.

El entendimiento de estos misterios por el hombre está englobado en su concepto de un ser divino. Como pregunta final, ¿cree en Dios?

Para ser bastante cándido –y lo que voy a decir ahora es algo que nunca he dicho antes, y espero que provoque un saludable escalofrío– sé más de lo que puedo expresar en palabras, y lo poco que puedo expresar no habría sido expresado si yo no hubiera sabido más


* (1) Extraído de la serie de videos de Los Monográficos de Apostrophes, editados por Trasbals, ya distribuidos en España, y próximamente en América.

[1] (*) Vladimir Nabokov nació en San Petersburgo en 1899 y murió en Montreaux, Suiza, en 1977. Pertenecía a una antigua familia que tuvo que exilarse en 1919. Escribió primero en ruso y después en inglés. El éxito internacional le llegó gracias al escándalo que provocó su novela Lolita. Otros libros importantes de Nabokov son: Pnin, Pálido Fuego, Ada o el ardor y Habla, memoria. Así también sus Cursos de literatura europea, Curso de literatura rusa y Opiniones Contundentes.

[2] En 1963 Alvin Toffler entrevistó por escrito a Vladimir Nabokov. El resultado lo publicó la revista Playboy en enero de 1964. Estos son algunos fragmentos. Traducción: Carmen Navarrete.